dilluns, 12 de novembre del 2012

Carta abierta a la Behobia - San Sebastián


"Aupa!"


Te levantas de la cama a 30 quilómetros de la línea de salida. No has dormido nada, un desastre de noche. Has pensado en absolutamente cada maldito detalle; preparar el dorsal, el chip, la vaselina… Miras por la ventana y ves el panorama. Estamos a 8ºC y llueve a mares ahora mismo. Y sigues pensando en cómo cojones vas a afrontar lo que te espera.
Fran e Irene también han despertado. Desayunamos en silencio sólo distraídos por el sonido del teléfono móvil recibiendo un mail: “Cuida’t molt. Escolta el que et demani el cos. Molta sort!” (Cuídate mucho. Escucha lo que te pida el cuerpo. Mucha suerte!). Son mis padres, que en la distancia sufren tanto como nosotros.
Y nos empezamos a poner en marcha. Faltan 4 horas para la salida. Yo no lo veo claro, sinceramente. Es mi primera Behobia – San Sebastián y estoy acojonado. Durante los últimos meses he empollado cada detalle sobre la teoría de este paseo. Pero toca ponerlo en práctica. Y aun sintiendo ese miedo, algo te recorre por dentro diciéndote que va a ser épico.
Marta, Ianire y Edu nos recogen. Marta y Ianire nos harán de soporte logístico. Y menos mal de ellas dos. Gràcies, noies!

No les queda más remedio que dejarnos con el coche en la carretera en la entrada de Behobia. Lluvia, frío. Bolsas de basura con agujeros para la cabeza. Pequeñas anécdotas antes de empezar. Y llegas a la zona de la salida.

Ya está. Ese es el momento. Tu cuerpo se mueve. La adrenalina también corre. El sistema nervioso simpático ya está a pleno rendimiento. Los valientes que estamos listos para el pistoletazo de salida nos miramos los unos a los otros, y la mirada es más que suficiente. Huele a épica.

Y entonces se hace un silencio dentro tuyo, mientras a tu alrededor todo es ruido. Empieza la edición número 48 de la Behobia – San Sebastián. Mi primera Behobia – San Sebastián.
Durante los dos primeros quilómetros no me entero de absolutamente nada. Sólo miro a la gente. Miro de dónde son las camisetas de algunos clubs de atletismo, miro las equipaciones, las ideas de algunos para no mojarse. Miro al público que nos acompaña. Y pienso que ellos están más locos que nosotros.

Pasan los quilómetros. Y llega el quilómetro nueve. Y me hundo. El rompe-piernas después de la subida al Alto de Gaintxurizketa me pilla a contrapié, por decirlo de algún modo, y bajo el ritmo. Mi cabeza no acaba de reaccionar del todo hasta el quilómetro diez u once. Paso unos dos quilómetros bastante malos.

Pero entonces ocurre la magia. La magia de la Behobia – San Sebastián. Supongo que el público debe sentir que algo no va bien en ti. Los gritos de ánimos que no han cesado desde la salida ahora toman un mayor significado, si cabe.
Escuchas cada uno de los ánimos: “Oso ondo!”, “Aupa Roger!” “Vamos valientes!”.
Y allí todo cambia. Remontas. Alargas de nuevo las zancadas. Y vuelves a tu ritmo de carrera. Has perdido algo de tiempo, pero ¿qué importa eso? Chocas la mano a los más pequeños del público. A esos pequeños futuros corredores que están ahí animando esperando ver a su padre o su madre. Y a ese hombre mayor, con su txapela, que te grita: “Vamos chaval! Aupa!”. Seguro que corría la Behobia cuando yo aun no había nacido. Y sabe por lo que estamos pasando. Él se hace suyo nuestro sufrimiento también.

El público me lanza hasta el quilómetro 15. Y allí sufro. Es totalmente llano, pero supongo que mi cabeza ya piensa en el Alto de Miracruz. Un quilómetro eterno para mi. Entramos en Trintxerpe y empieza la subida.

Vuelo. No doy crédito del ritmo que llevo subiendo. Miro el cronómetro y no entiendo nada. Me emociono mucho al ver tantísima gente dándolo todo por animarnos, y vuelo. Lanzadísimo por la Avenida de Ategorrieta.
Entonces me doy cuenta que voy a acabar mi primera Behobia – Donosti.
No ha sido una buena marca. Y me importa una maldita mierda, la verdad. No puedo ser más feliz.

Por unos metros cierro los ojos y escucho el ambiente. Ya llego. Las piernas no pueden, pero el ambiente es el que corre por ti esos, prácticamente, dos quilómetros.

Y ya está. Llego a la línea de meta. Me aparto en una esquina y me arrodillo. Y lloro como un bebé. Los entrenamientos, las noches previas de nervios pensando en cada detalle, las lesiones, las eterna duda de si seré capaz de acabar. Y sonrío. He acabado mi primera Behobia – San Sebastián.

Miro atrás y sigo viendo gente llegar a meta. Con los brazos en alto, llorando, saltando sin apenas fuerzas. Abrazándose con el corredor de al lado, aunque no se conocen. Aplaudiendo al público.

Me quedo unos diez minutos por ahí en la llegada disfrutando de ese momento. Agradezco en silencio a los organizadores, a los servicios médicos, a la gente de los avituallamientos, al niño que me chocó la mano en el quilómetro trece. Al abuelo de la txapela, y al resto de corredores. Enhorabuena a todos.

Agradezco a Santi (@santitant) por los ajustes en mi rodilla y sus consejos. He vuelto a disfrutar corriendo. A Loles (@iloles), por los infinitos consejos. A Gerard (@corroyexisto), @raulkoala, @charlyconway, @pwitterpunk, y tantísimos otros que me habéis aconsejado tanto.

Y por supuesto a mis compañeros de batalla. A Fran, a Edu, a Pablo, Marta, Ianire y sobretodo a Irene. A mis colegas de Barcelona que sé que me mandaban ánimos. Y a mis padres.

Me habéis hecho feliz. Nos vemos el año que viene.

Roger
@kungfujete