"Aupa!"
Te levantas de la
cama a 30 quilómetros de la línea de salida. No has dormido nada, un desastre
de noche. Has pensado en absolutamente cada maldito detalle; preparar el
dorsal, el chip, la vaselina… Miras por la ventana y ves el panorama. Estamos a
8ºC y llueve a mares ahora mismo. Y sigues pensando en cómo cojones vas a
afrontar lo que te espera.
Fran e Irene también han despertado. Desayunamos en silencio
sólo distraídos por el sonido del teléfono móvil recibiendo un mail: “Cuida’t
molt. Escolta el que et demani el cos. Molta sort!” (Cuídate mucho. Escucha lo
que te pida el cuerpo. Mucha suerte!). Son mis padres, que en la distancia
sufren tanto como nosotros.
Y nos empezamos a poner en marcha. Faltan 4 horas para la
salida. Yo no lo veo claro, sinceramente. Es mi primera Behobia – San
Sebastián y estoy acojonado. Durante los últimos meses he empollado cada detalle
sobre la teoría de este paseo. Pero
toca ponerlo en práctica. Y aun sintiendo ese miedo, algo te recorre por dentro
diciéndote que va a ser épico.
Marta, Ianire y Edu nos recogen. Marta y Ianire nos harán de
soporte logístico. Y menos mal de ellas dos. Gràcies, noies!
No les queda más remedio que dejarnos con el coche en la
carretera en la entrada de Behobia. Lluvia, frío. Bolsas de basura con agujeros
para la cabeza. Pequeñas anécdotas antes de empezar. Y llegas a la zona de la
salida.
Ya está. Ese es el momento. Tu cuerpo se mueve. La
adrenalina también corre. El sistema nervioso simpático ya está a pleno
rendimiento. Los valientes que estamos listos para el pistoletazo de salida nos
miramos los unos a los otros, y la mirada es más que suficiente. Huele a épica.
Y entonces se hace un silencio dentro tuyo, mientras a tu
alrededor todo es ruido. Empieza la edición número 48 de la Behobia – San Sebastián.
Mi primera Behobia – San Sebastián.
Durante los dos primeros quilómetros no me entero de
absolutamente nada. Sólo miro a la gente. Miro de dónde son las camisetas de
algunos clubs de atletismo, miro las equipaciones, las ideas de algunos para no
mojarse. Miro al público que nos acompaña. Y pienso que ellos están más locos
que nosotros.
Pasan los quilómetros. Y llega el quilómetro nueve. Y me
hundo. El rompe-piernas después de la subida al Alto de Gaintxurizketa me pilla
a contrapié, por decirlo de algún modo, y bajo el ritmo. Mi cabeza no acaba de
reaccionar del todo hasta el quilómetro diez u once. Paso unos dos quilómetros
bastante malos.
Pero entonces ocurre la magia. La magia de la Behobia – San
Sebastián. Supongo que el público debe sentir que algo no va bien en ti. Los
gritos de ánimos que no han cesado desde la salida ahora toman un mayor
significado, si cabe.
Escuchas cada uno de los ánimos: “Oso ondo!”, “Aupa Roger!”
“Vamos valientes!”.
Y allí todo cambia. Remontas. Alargas de nuevo las zancadas.
Y vuelves a tu ritmo de carrera. Has perdido algo de tiempo, pero ¿qué importa
eso? Chocas la mano a los más pequeños del público. A esos pequeños futuros
corredores que están ahí animando esperando ver a su padre o su madre. Y a ese
hombre mayor, con su txapela, que te grita: “Vamos chaval! Aupa!”. Seguro que
corría la Behobia cuando yo aun no había nacido. Y sabe por lo que estamos
pasando. Él se hace suyo nuestro sufrimiento también.
El público me lanza hasta el quilómetro 15. Y allí sufro. Es
totalmente llano, pero supongo que mi cabeza ya piensa en el Alto de Miracruz.
Un quilómetro eterno para mi. Entramos en Trintxerpe y empieza la subida.
Vuelo. No doy crédito del ritmo que llevo subiendo. Miro el
cronómetro y no entiendo nada. Me emociono mucho al ver tantísima gente dándolo
todo por animarnos, y vuelo. Lanzadísimo por la Avenida de Ategorrieta.
Entonces me doy cuenta que voy a acabar mi primera Behobia –
Donosti.
No ha sido una buena marca. Y me importa una maldita mierda,
la verdad. No puedo ser más feliz.
Por unos metros cierro los ojos y escucho el ambiente. Ya
llego. Las piernas no pueden, pero el ambiente es el que corre por ti esos,
prácticamente, dos quilómetros.
Y ya está. Llego a la línea de meta. Me aparto en una esquina
y me arrodillo. Y lloro como un bebé. Los entrenamientos, las noches previas de
nervios pensando en cada detalle, las lesiones, las eterna duda de si seré
capaz de acabar. Y sonrío. He acabado mi primera Behobia – San Sebastián.
Miro atrás y sigo viendo gente llegar a meta. Con los brazos
en alto, llorando, saltando sin apenas fuerzas. Abrazándose con el corredor de
al lado, aunque no se conocen. Aplaudiendo al público.
Me quedo unos diez minutos por ahí en la llegada disfrutando
de ese momento. Agradezco en silencio a los organizadores, a los servicios
médicos, a la gente de los avituallamientos, al niño que me chocó la mano en el
quilómetro trece. Al abuelo de la txapela, y al resto de corredores.
Enhorabuena a todos.
Agradezco a Santi (@santitant) por los ajustes en mi rodilla
y sus consejos. He vuelto a disfrutar corriendo. A Loles (@iloles), por los
infinitos consejos. A Gerard (@corroyexisto), @raulkoala, @charlyconway,
@pwitterpunk, y tantísimos otros que me habéis aconsejado tanto.
Y por supuesto a mis compañeros de batalla. A Fran, a Edu, a
Pablo, Marta, Ianire y sobretodo a Irene. A mis colegas de Barcelona que sé que
me mandaban ánimos. Y a mis padres.
Me habéis hecho feliz. Nos vemos el año que viene.
Roger
@kungfujete